domingo, 9 de agosto de 2015

Periodistas y detectives en el caso de Rubén Espinosa

Del sábado pasado en que se conoció la noticia lamentable del múltiple asesinato en la colonia Narvarte del Distrito Federal, la sociedad mexicana ha sido objeto de un bombardeo mediático de tintes verdaderamente esquizofrénicos.
Radio, Televisión, portales de internet se llenaron de juicios mediáticos.
Asumiéndose en jueces y detectives los comunicadores le tundieron con fe musulmana tanto al jefe de gobierno capitalino Miguel Ángel Mancera como al mandatario veracruzano Javier Duarte.
Sin duda esa actitud de los comunicadores fue un exceso.
Pero lo más grave no fue la cantidad de tiempo que vienen destinando, con todo tipo de versiones, que muchas de ellas fueron de plano descabelladas, desinformadas y especulativas, sino el enfermizo encono mostrado contra Duarte, Mancera y sus respectivos procuradores.
Javier Duarte, por controvertido que sea, no puede ser acusado de cometer un asesinato múltiple sin tener prueba alguna, como fue el caso de la mayoría de periodistas que hicieron un verdaderolinchamiento del rollizo veracruzano.
Cada cosa en su lugar.
La cacería de periodistas en México es una vergüenza nacional.
Y también es cosa de pena ajena ver que comunicadores enjuiciaban y condenaban sin miramientos a un personaje como Javier Duarte.
Algunas lectoras de noticias se instalaron en el papel de Ágata Cristhie y relataron en sus espacios la muestra novelada de Espinosa y sus acompañantes.
No informaban avances de la investigación ni aportaban nuevos datos sobre el horrendo crimen.
Enjuiciaban, condenaban, aplastaban, aniquilaban.
Unos hablaban como Hércules Poirot o Sherlock Holmes, los más daban por hecho que existen, o existe, un autor intelectual.
El caso es muy delicado.
El crecimiento del crimen organizado en nuestro país ya no se mide por su violencia. Ahora es más preocupante su formidable poder corruptor. La fuga de El Chapo, los nexos con entidades financieras que les permiten sofisticados métodos de ingeniería bursátil o de inversiones para lavar dinero.
O la presumible participación en campañas políticas que vulnera los móviles originales de cualquier democracia son las nuevas acciones de los barones de la droga por las que debe preocuparse el,gobierno.
El crimen perpetrado contra el foto periodista y las cuatro mujeres que lo acompañaban en el departamento de la colonia Narvarte, no es una operación de escala mayor del crimen organizado.
Desde luego que no hay categorías en el ominoso asunto de privar de su vida a un ser humano.
Pero desgraciadamente los grados de interés de esas organizaciones son perceptibles en la medida en que invierten dinero para conseguir sus objetivos.
El túnel de El Chapo debió costar una fortuna.
El mustang que aparece en los videos que dan a los investigadores difusas pistas del crimen es de un precio que en la escala de inversión de las mafias para conseguir sus objetivos refleja la poco monta de la operación.
Ya los medios, algunos de manera más amarillista, politizaron el caso del asesinato del fotógrafo y las damas que lo acompañaban.
Eliminar esa impronta del trabajo de las corporaciones que investigan el lamentable suceso, será algo muy difícil.
Habrá que esperar a que ocurra otro suceso de alto impacto para que los medios dejen a las autoridades vayan tras los verdaderos asesinos.
Lo de la trayectoria llena de desatinos de Javier Duarte, debe volver al análisis político de los medios.
Su presunta responsabilidad en el caso de las ejecuciones de la colonia Narvarte, será cosa de probarla.
Lo demás es protagonismo mediático que desgraciadamente en nuestro país ya se está convirtiendo en el modus operandi de los comunicadores que se sienten dueños de la verdad y, de paso, de la conciencia nacional.

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