Salvo en estas contadas estampas familiares el agá Jan solo posa sin esconderse en los hipódromos donde sus caballos compiten. Su cuadra es una de las mejores del mundo y atesora todos los grandes premios del calendario. Lo que comenzó siendo una afición es ahora, además, otro lucrativo negocio para él. Es su hija mayor, Zahra, quien se ocupa de criar caballos en Chantilly (Francia). Pero no solo en ello trabaja su primogénita. También es responsable del departamento de Bienestar Social de la Aga Jan Development Network, un conglomerado de fundaciones creado por su padre que cuenta con más de 80.000 empleados en 30 países y múltiples iniciativas sociales y culturales en Europa, África y Asia. En una de ellas, que opera en Ginebra, trabaja desde agosto de 2013 Cristina de Borbón. La amistad que une a don Juan Carlos con el agá Jan facilitó la nueva vida laboral de la Infanta una vez que salió de España tras el estallido del caso Nóos.
El rey Juan Carlos fue compañero del líder de los ismaelíes en el exclusivo colegio internacional de Le Rosey, en Suiza, por el que pasaron, entre otros, el príncipe Raniero de Mónaco, Alberto de Bélgica o Mohamed Reza Pahlevi, el último sah de Irán.
Nació en Ginebra pero tiene pasaporte británico. La revista Forbes estimó en 2008 su fortuna personal en 1.000 millones de dólares, unos 775 millones de euros, pero las estimaciones varían según la fuente. La justicia francesa la fijó recientemente en 10.000 millones, de acuerdo con el diario Le Figaro. Como hombre de negocios, el agá Jan es el socio mayoritario de la financiera italiana Fimpar, que se hizo con el control del grupo hotelero Ciga y creó e impulsó la Costa Esmeralda, en Cerdeña, lugar de reunión de la alta sociedad mundial. Además, es presidente de un impresionante entramado empresarial y financiero que le reporta unos enormes beneficios anuales, con los que no solo ha mantenido la fortuna heredada de su abuelo, sino que la ha aumentado.
Se mueve en los círculos más exclusivos y su vida personal no la expone. Solo hubo una excepción. El divorcio de su segunda esposa, la princesa Gabriele Thyssen, que le colocó en el ojo del huracán. Ocurrió en 2002, cuando la entonces begum Inaara, el título que recibió al contraer matrimonio, descubrió que su marido le era infiel. Gracias a un detective privado, supo que el príncipe se había ido de vacaciones a Tanzania con otra mujer a bordo de su avión privado. Gabriele Thyssen solicitó entonces el divorcio que valoró en 200 millones. El agá Jan ofreció siete. Desde ese momento, comenzó la batalla judicial, financiera y pública. Una vez acallada la tormenta hoy él hace todo lo posible por mantenerse al margen los círculos de la jet set más popular. Su vida es la de un rico y poderoso de verdad. Esos que no salen en las revistas.
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