Infidelidades y bajas fingidas son sólo algunos de los
comportamientos que motivan una consulta a un detective privado. A cargo
de estos profesionales quedan seguimientos, horas de espera, puntos de
control, cámaras ocultas… Todo con el objetivo de ver sin ser visto, de saber sin que los demás sepan, de obtener la prueba definitiva que puede influir decisivamente en un matrimonio, un trabajo o un negocio. Éste es el día a día de la investigación privada, el universo sobre el que gira la próxima entrega de “Conexión Samanta”, que Cuatro emitirá mañana miércoles (00:30h).
Samanta Villar quiere conocer de primera mano el complejo trabajo de los detectives, y para ello, se pone en las manos de Enrique,
un investigador que organiza e imparte cursos y entrenamientos de
detectives. Antes de empezar a trabajar en el mundo de la investigación,
la periodista tiene que convertirse en una “persona gris”
con el objetivo de pasar desapercibida. Después de un radical cambio
de imagen, comienza su instrucción en la investigación privada por las
calles de Barcelona. Según Enrique, “un buen detective necesita paciencia, autocontrol, fijarse mucho en los detalles y mimetizarte con el entorno”. El aprendizaje de signos, la toma de fotografías o el seguimiento son algunas de las sesiones de formación a las que se somete Samanta.
Un entrenamiento de detectives puede durar horas o incluso días: “Con instrucción y tiempo bajas los niveles de estrés para actuar con normalidad”, asegura este investigador privado. Además, Enrique le impone a Samanta una prueba de fuego: quiere medir su capacidad de persuasión y para ello le organiza un ejercicio de improvisación en una situación más que comprometida.
Un trabajo que exige preparación física y mental y la ayuda de la tecnología
Mariano Badía lleva veinticinco años dedicados a la investigación privada, un trabajo para el que “se necesita estar preparado mental y físicamente”.
Durante unas horas, Samanta se convertirá en su pareja con el fin de
pasar desapercibidos para conseguir las imágenes que prueben dónde se
gasta el dinero el marido de su cliente. Las calles de Lleida les
reservan a Samanta y Mariano horas de fría espera. “La vida del detective es muy sacrificada, no tiene nada que ver con las películas”, confiesa Badía.
De la mano de este detective, Samanta visita una tienda especializada
en sistemas de seguridad y contraespionaje. Allí pueden encontrarse
dispositivos que parecen sacados de una película de espías: microcámaras
colocadas en relojes, llaveros, espejos o archivadores; localizadores
de GPS instalados en lugares insólitos, grabadoras de audio escondidas
en la hebilla de un cinturón… Cualquier objeto es susceptible de
convertirse en una cámara oculta.
La crisis ha provocado un aumento en la investigación de casos relacionados con el absentismo laboral, las bajas fingidas o la duplicidad de empleos.
Con Jordi, un investigador con empresa propia, Samanta monta guardia
para trabajar en “el caso del collarín”. Las imágenes que ambos toman
muestran la evidencia de que el investigado está mintiendo. Ni collarín
ni muleta ni las supuestas secuelas que el sujeto asegura tener para
cobrar el seguro. Para Jordi la tarea está terminada. “El detective justifica su trabajo con una serie de pruebas que su cliente necesita, ofrece un reflejo de la realidad”.
En un mundo en que la mayoría de los profesionales son hombres, Samanta conoce a Mª José, que asegura que las mujeres son “más discretas, no llamamos tanto la atención ni se sospecha tanto”. Mª José era contable hasta que hace unos años decidió cumplir su sueño de infancia: convertirse en detective.
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